miércoles, 9 de marzo de 2011

El niño y el sendero

  
  Pablo le gustaba mucho ir con su perro a esa zona del bosque, podía correr libremente con el animal y jugar con el sin preocuparse por nada. La madre le observaba mientras se alejaba corriendo tras su mascota, sabía que nunca pasaba nada malo y estaba tranquila y se relajó. Pablo llegó hasta el límite de la zona donde solía jugar cuando el perro siguió corriendo tras el palo que le había lanzado y se perdió de vista por un sendero angosto que se introducía en la espesura, Pablo dudó qué hacer, sabía que le tenían prohibido introducirse en el bosque, miró atrás y vio que su madre recostada tomando el sol no le miraba, llamó a su perro pero no contestó y entonces comenzó a andar hacia el sendero, caminaba despacio y llamaba a su perro pero no le veía, estaba entre asustado y curioso pero se empezaba a preocupar por su perro y no se detuvo.


     Al cabo de unos instantes de andar el sendero descendía, tenía miedo de perderse, estaba confuso pero algo le decía que no podía dejar a su perro, no le veía, pero de repente si le pareció escuchar el crujido de unas ramas más adelante, gritó llamándolo y corrió hacia el origen del ruido y se detuvo cuando se topó con un pequeño puente de madera, era el único paso al otro lado. Seguían los ruidos justo en esa dirección así que no se lo pensó y cruzó el puente sin mirar abajo y de repente parecía que se había hecho de noche, el sendero se hizo más estrecho y  oscuro. 
    


 Era como si la vegetación formara una especie de túnel que aspiraba todo lo que hubiera en su interior, justo en el centro vio por fin al perro, olisqueaba el suelo inquieto, Pablo se acercó hasta él y éste de repente levantó la cabeza y gruñó en dirección a la espesura muy asustado, entonces Pablo miró en la misma dirección y pareció que se le helaba el corazón cuando vio dos enormes ojos brillando en la oscuridad mirándole fijamente.



 Pablo permanecía inmóvil paralizado por el miedo cuando notó que la espesura al lado de los ojos se movía y entonces el perro salió huyendo por donde había venido y éste fue el detonante para hacer reaccionar a Pablo que comenzó a correr detrás de su perro sin mirar atrás a la máxima velocidad que podía, llegó al puente lo cruzó y siguió por el sendero como  hasta llegar a la zona que conocía más y vio a su madre aún recostada tomando el escaso sol que permanecía aquella tarde.

     Dudó si decírselo  a su madre, pero temió que no lo creyera y además tenía miedo de que le castigara por haberse alejado demasiado. Sabía que tarde o temprano volvería a ese sendero sin saber seguro que es lo que había visto esa tarde en el bosque de la isla mágica.
  

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